El que es cabeza de una
familia tiene, bajo esa relación, una obra que realizar para Dios: gobernar
correctamente a su propia familia. Y su obra es doble. Primero, tocante a su
estado espiritual. Segundo, tocante a su estado exterior.
Primero, tocante al
estado
espiritual de su familia, ha de ser muy diligente y circunspecto,
haciendo lo máximo para aumentar la fe donde ya la hay, y para iniciarla donde
no la hay. Por esta razón, basándose en La Palabra, debe con diligencia y
frecuencia compartir con los de su casa las cosas de Dios que sean apropiadas
para cada caso. Y nadie cuestione esta práctica de gobernar de acuerdo con la
Palabra de Dios; porque si la enseñanza en sí, es de buen nombre y honesta, se
encuentra dentro de la esfera y los límites de la naturaleza misma, y debe
hacerse; con más razón muchas otras enseñanzas de una naturaleza más elevada; además, el
apóstol nos exhorta: “Por lo
demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo
lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna,
si alguna alabanza, en esto pensad” (Filipenses.
4:8). Poner en práctica este piadoso ejercicio en nuestra familia es
digno de elogio, y es muy apropiado para todos los cristianos. Ésta es una de
las cosas que Dios tanto encomendó a su siervo Abraham, que tanto afectó su
corazón. Conozco a Abraham, dice Dios, “conozco” que es de verás un buen
hombre, porque “Sé que mandará a sus
hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová,” (Génesis
18:19). Esto fue algo que también el buen Josué determinó que sería su
práctica durante todo el tiempo que viviera sobre esta tierra. “Yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josue
24:15).
1. El pastor debe ser firme e
incorrupto en su doctrina; y por cierto que también debe serlo la cabeza de una
familia (Tito 1:9; Efesios. 6:5).
2. El pastor debe ser apto
para enseñar, redargüir y exhortar; y así debe ser también la cabeza de una
familia (1 Timoteo 3:2; Deuteronomio 6:7).
3. El pastor mismo tiene que
ser ejemplo de fe y santidad; y así debe ser también la cabeza de una familia
(1 Timoteo 3:2-4; 4:12). “Entenderé,” dice David, “En el camino de la perfección... en integridad de mi corazón andaré en
medio de mi casa” (Salmos 101:2).
4. El pastor tiene la función
de reunir a la iglesia; y cuando la haya reunido, orar juntos y predicar. Esto
es recomendable también para la cabeza de la familia cristiana.
Objeción: Pero mi
familia es impía y rebelde tocante a todo lo que es bueno. ¿Qué debo hacer?
Respuesta:
1.
Aunque esto sea así, igualmente debe usted gobernarlos, ¡y no ellos a usted! Dios
lo ha puesto sobre ellos, y usted debe usar la autoridad que Dios le ha dado,
tanto para reprender sus vilezas, como para mostrarles que la maldad de su
rebelión es contra el Señor. Elí lo hizo, pero no lo suficiente; igualmente David
(1 Samuel 2:24, 25; 1 Crónicas 28:9). También, debe contarles qué triste era su
propio estado cuando se encontraba en la condición de ellos, así que esfuércese
en recobrarlos de la trampa del diablo (Marcos 5:19).
2. También debe esforzarse
para que asistan a los cultos de adoración a Dios, por si acaso Dios convierta
sus almas.
Jacob le
dijo a su familia y a todos los que lo rodeaban “Y levantémonos, y subamos a Beth-el; y haré allí altar al Dios que me
respondió en el día de mi angustia” (Génesis 35:3). Ana llevó a Samuel a
Silo, a fin de que morara con Dios para siempre (1 Samuel 1:22). El alma tocada
por el Espíritu se esforzará por llevar a Jesucristo no sólo a su familia, sino
a toda la ciudad (Juan 4:28-30).
3. Si son obstinados y no
quieren acompañarlo, entonces traiga hombres piadosos y de convicciones firmes
a su casa, para que allí prediquen la Palabra de Dios cuando usted haya, como
Cornelio, reunido a su familia y amigos (Hechos 10).
Usted sabe
que el carcelero, Lidia, Crispo, Gayo, Estéfanas y otros fueron salvos no sólo
ellos mismos, sino que también los de su familia por la palabra predicada, y
algunos de ellos por la palabra predicada en sus casas (Hechos 16:14-34; 18:7,
8; 1 Corintios 1:16). Y ésta puede haber sido una razón, entre muchas, por la
cual los apóstoles, en su época, enseñaban no sólo en público sino también de
casa en casa. Posiblemente, creo yo, para ganar a los miembros de la familia
que todavía eran inconversos y vivían en sus pecados (Hechos 10:24; 20:20, 21).
Algunos de ustedes saben qué común era invitar a Cristo a sus casas,
especialmente si tenían algún enfermo que no quería o no podía acudir a él (Lucas
7:2, 3; 8:41). Si es así con los que tienen enfermos físicos en su familia,
entonces cuanto más lo es donde hay almas que necesitan a Cristo, ¡necesitan
ser salvas de la muerte y la condenación eterna!
4. No
descuide usted mismo los deberes familiares entre ellos; como es leer la
Palabra y orar. Si tiene algún familiar que es salvo, esté contento. Si está
solo, no obstante sepa que tiene en ese momento tanto la libertad de acercarse
a Dios por medio de Cristo, como la capacidad de contar con el apoyo de la
iglesia universal uniéndose a usted en oración a favor de todos los que habrán
de ser salvos.
5. No
permita en su casa libros impíos, profanos o herejes, ni conversaciones del
mismo tenor. “Las malas conversaciones
corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33). Me refiero a libros,
etc. profanos o herejes que tienden a provocar una vida liviana o los que son
contrarios a las enseñanzas fundamentales del evangelio. Sé que se debe
permitir que los cristianos tengan su libertad con respecto a cosas que no
atañen a la fe, pero esas cosas que atacan la fe o la santidad, deben ser
abandonadas por todos los cristianos, especialmente por los pastores de las iglesias
y las cabezas de familias. Tal como sucedió con Jacob cuando ordenó a su
familia y a todos los que estaban con él que se libraran de los dioses extraños
entre ellos y que se cambiaran sus vestidos (Génesis 35:2). Dejaron un buen ejemplo
o dos aquellos que, según el relato de Hechos, tomaron sus libros mundanos y
los quemaron delante de todos los hombres aunque valían cincuenta mil piezas de
plata (Hechos 19:18, 19). El descuido de este cuarto asunto ha ocasionado la
ruina de muchas familias, tanto entre los hijos como los sirvientes. El que
vanos charlatanes y sus obras engañosas desvíen a familias enteras es más fácil
de lo que muchos suponen (Tito 1:10, 11).
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