SEDUCCIÓN POR LA EXALTACIÓN


La seducción es el acto de inducir y persuadir a alguien con el fin de hacerle adoptar un comportamiento según la voluntad del que seduce. Tambien es persuadir suavemente para hacer algo malo. Un conocido ejemplo:


“Pero la serpiente le dijo a la mujer: —¡No es cierto, no van a morir! Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal… así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y también él comió” Génesis 3:4-6



La seducción no solo se refiere a conquistas amorosas, también son ciertas cosas que persuaden a hacer el mal porque atraen o gustan mucho. Es lo que causa adulación, seguridad, gozo o placer momentáneo. Algunos ejemplos son: el dinero, el entretenimiento, los lujos, la comodidad, la buena comida, vestirse muy bien, verse hermoso, ser famoso, sentirse más que los demás. En resumen todo lo que nos hace sentirnos bien y vernos bien. Es por eso que la seducción se origina en el deseo de exaltarnos a nosotros mismos.



El peligro de la seducción

“…cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte” Santiago 1:13-15

La seducción difícilmente se puede controlar porque tiene un encanto especial cuando nos ofrece satisfacción, apariencias y confort. Nos hace creer que obtendremos la felicidad en las cosas y no en Dios, nos ofrece placeres momentáneos y se convierte en un instrumento de confusión que nos desvía de la verdad de Dios al amarnos a nosotros mismos.


La seducción suavemente nos lleva al mal y con una persuasión ingeniosa nos habla al oído: “Tienes todo el derecho”, “Puedes obtener lo que desees”, “Te lo mereces”, “¿Acaso no eres hijo de Dios?” usa trucos sutiles e incita a ver lo malo como si fuera bueno solo para obtener satisfacción. Nos lleva a la tentación, al pecado y nos aleja de Dios.


La seducción y el matrimonio



Tal vez la motivación de muchas parejas al casarse fue la de llenar sus propias expectativas, buscar la persona ideal para complacerse a si mismos sin pensar en lo que el otro necesita. "El que me da seguridad", "El que me saca de mi escases", "Quien mejora mi clase social", "Quien me da fama y fortuna". Buscando en el matrimonio su propia realización, lo que puede conseguir y recibir del otro y no lo que realmente es el matrimonio: dar, entregar morir, compartir.



Es así como surgen la mayoría de los conflictos matrimoniales, cuando cada uno obedeciendo a la seducción de su corazón, trata de obtener su propia satisfacción a costa del otro: "Sólo puedo seguir casado si mi pareja me da lo que necesito", abriendo una brecha que puede llevar hasta el divorcio.


¿Qué hacer?



Busquemos en el Espíritu Santo de Dios la ayuda para que a medida que leemos la Biblia, nos ayude a distinguir entre el bien y el mal, a reconocer los malos deseos y las debilidades que hay en nuestro corazón. El nos da la fuerza para vencer cada impulso y así avanzar hacia la santidad.

“Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu” Gálatas 5:24-25

Reflexión:

La seducción se encuentra en nuestro propio corazón, es por eso que hay que llenarlo con la palabra de Dios, para poder cambiar nuestra manera de pensar y de actuar. Para no ceder a los deseos que antes teníamos, sino vivir en dependencia de Dios y así ser librados de la maldad y protegidos de la infelicidad.

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