En un momento de sufrimiento, David se dedicó a hablar con rectitud acerca de cómo debería responder a la luz de la bondad de Dios: “Espera al Señor; esfuérzate y aliéntese tu corazón. ¡Sí, espera al Señor!” (Salmos 27:14, LBLA)
El llamado a esperar en Dios es una invitación a confiar y tener esperanza. Implica creer que un día, incluso si hoy no es ese día, hará todas las cosas bien. En tiempos de espera, mientras buscamos a Dios en oración, debemos aprender a escucharlo a Él y también a hablar con Él, a no oír el ruido y esperar tranquilamente mientras nos revela su persona, sus propósitos, sus promesas y su plan.
Pero ¿qué pasa cuando esperamos y escuchamos, y Dios todavía parece estar callado?
Dios está cerca
En ¿Abandonado por Dios?, Sinclair Ferguson discute lo que nuestros antepasados cristianos llamaron “deserción espiritual”, la sensación de que Dios nos ha olvidado, haciéndonos sentir aislados y sin dirección. Pero, a través de la fe, podemos afirmar la presencia amorosa de Dios, incluso cuando parece estar en silencio y nos sentimos abandonados. “Acercaos a Dios, y Él se acercará a vosotros” (Santiago 4:8) es una promesa que Dios no romperá, a pesar de cómo nos sentimos.
Hace varios años, sin razón aparente, pasé por cuatro meses de depresión. Tuve que aprender a confiar en Dios por su presencia a pesar de lo que sentía. Finalmente, a medida que continuaba abriendo su palabra diariamente y buscaba su rostro, mientras aún estaba en esa depresión, gradualmente recuperé mi capacidad de sentirlo y oírlo.
Muchos de nosotros hemos andado por el camino de Emaús (Lucas 24:13-32). Agobiado por la tristeza. Plagado de preguntas. Nos preguntamos dónde está Dios. Cuando, todo el tiempo, camina junto a nosotros.
¿Es esto lo mejor que tienes para mí?
Un pastor amigo me contó su experiencia después de la muerte de su hijo adolescente: “Casi todas las mañanas, durante meses, le grité preguntas a Dios. Le pregunté: ‘¿Qué estabas pensando?’ Y, ‘¿Es esto lo mejor que tienes para mí?’ Y finalmente, ‘¿De verdad esperas que me presente todos los domingos y les diga a todos cuán grande eres?’. Entonces, cuando guardé silencio, Dios le habló a mi alma. Él tenía una respuesta para cada una de mis preguntas”.
Esperar por Dios conlleva exponer nuestras preguntas ante Él. Significa que hay algo mejor que saber todas las respuestas: saber y confiar en el Único que sí sabe y que nunca nos abandonará. (Hebreos 13:5)
Confiar en Dios cuando no lo oímos finalmente nos fortalece y nos purifica. Si nuestra fe se basa en una falta de lucha y sufrimiento, y en ausencia de dudas y preguntas, es una fe sobre cimientos de arena. Tal fe puede colapsar con tan solo recibir un diagnóstico alarmante o una llamada devastadora. La fe a medias no sobrevivirá a la noche oscura del alma. Cuando pensamos que Dios está callado o ausente, Él nos mostrará que nuestra fe es falsa o superficial. Sobre su ruina, podemos aprender a reconstruir nuestra fe sobre Dios, nuestra Roca, la única base que puede soportar el peso de nuestra confianza.
Su silencio es una cuestión de perspectiva
De cierta manera, Dios nunca está en silencio. Ya se ha expresado a través de su palabra, y al convertirse en hombre y morir por nosotros en la cruz, adquiriendo así nuestra eterna salvación. ¡Esto es el habla, y el habla no es silencio! Lo que llamamos el silencio de Dios puede que en realidad sea nuestra incapacidad, o en algunos casos (no todos, por supuesto) nuestra renuencia a escucharlo. Por fortuna, esa pérdida de audición para los hijos de Dios no tiene por qué ser permanente. Y dada la promesa de la resurrección, con toda certeza no será permanente.
El Salmo 19:1 nos dice que los cielos proclaman la gloria de Dios. Romanos 1:20 nos enseña cuán claramente la creación prueba la existencia de Dios. Dios habla no solo a través de su palabra, sino también de su mundo. Cuando me siento apesadumbrado, a menudo es mejor caminar con nuestra perrita Maggie o correr en bicicleta por las bellezas de Oregón que escuchar un gran sermón o leer un buen libro.
Aún así, cuando no podemos oír a Dios, podemos seguir presentándonos día tras día, y abrir su palabra para ver lo que ya Él ha dicho – y hecho – y contemplar y memorizarlo hasta que nos demos cuenta de que esto no es silencio, sino Dios hablándonos. Naturalmente, queda una sensación subjetiva donde anhelamos oír a Dios de una manera más personal. Dios le habló a Elías en “un susurro tenue”. (1 Reyes 19:12)
El problema con los susurros tenues es que no son fáciles de oír, ¡especialmente cuando a nuestro alrededor el viento ruge! ¿Por qué hay veces que Dios nos habla tan suavemente que se nos hace difícil oírlo? La respuesta a esta pregunta puede ser para acercarnos al fin de nosotros mismos. Para motivarnos a estar tranquilos y a buscarlo. Y para aumentar nuestra fe y, a la larga, hablar más claramente o sanar nuestro problema de audición.
Cuando la vida se vuelve sombría
La esposa de Martín Lutero, Catalina, lo vio desanimado e indiferente durante algún tiempo. Un día se vistió con ropa negra de luto. Lutero le preguntó por qué. “Alguien ha muerto”, dijo ella. “¿Quién?”, preguntó Lutero. “¡Al parecer, Dios debe de haber muerto!”, respondió Catalina. Lutero logró comprenderla. Como Dios no había muerto, él tenía que dejar de actuar como si fuera cierto.
¿Qué podemos hacer cuando Dios se muestra silente y la vida se vuelve oscura? Podemos orar junto con los escritores bíblicos que claman a Dios:
A ti clamo, oh Señor; roca mía, no seas sordo para conmigo, no sea que, si guardas silencio hacia mí, venga a ser semejante a los que descienden a la fosa. (Salmos 28:1)
Oh Dios, no permanezcas en silencio; no calles, oh Dios, ni te quedes quieto. (Salmos 83:1)
Clamo a ti, y no me respondes; me pongo en pie, y no me prestas atención. (Job 30:20)
También podemos recordar que, no importa cuán largo parezca el silencio, Dios promete que será temporal. Reflexione sobre Sofonías 3:17:
El Señor tu Dios está en medio de ti, guerrero victorioso; se gozará en ti con alegría, en su amor guardará silencio, se regocijará por ti con cantos de júbilo. (NASB)
Solo porque no podemos oír a Dios exultándose no significa que no se esté regocijando sobre nosotros con gritos de alegría. Un niño ciego o sordo no puede ver la cara de su padre u oír sus palabras, pero, no obstante, puede aprender a sentir su amor y cariño. La promesa comprada con la sangre afirma que esta vida breve será seguida por una eternidad donde sus hijos “verán su rostro”. (Apocalipsis 22:4)
Mi alma espera por Dios
Mientras mi esposa, Nanci, pasaba por unos tratamientos de quimioterapia que terminaron hace solo unos meses, me leyó lo siguiente del libro de Andrew Murray, Esperando en Dios: “El Espíritu de Dios es el que ha comenzado el trabajo en ti de esperar por Dios. Él te capacitará para esperar… La espera continua llevará a un encuentro y a una recompensa por Dios mismo, en trabajo continuo”.
“En Dios solamente espera en silencio mi alma… de Él viene mi esperanza”. (Salmos 62:1,5) Si nos apoyamos en Él mientras esperamos, Dios nos dará la gracia para esperar y para escuchar con cuidado mientras oramos, mientras consultamos con seguidores de Cristo confiables, y seguimos abriendo su palabra y pidiéndole que nos ayude a oírlo.
Tomado de: https://www.desiringgod.org/articles/waiting-when-god-seems-silent?lang=es
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