Para nosotros una persona que dedica demasiado tiempo al arreglo personal, o invierte gran parte de su vida para verse bien, es vanidad. Pero vanidad también es estar interesado en lo superficial, en buscar grandeza, aceptación, sentirse valioso por la riqueza, fama o poder que se tiene.
El rey Salomón, rico, poderoso y sabio, hizo una prueba: “Vamos, pues, haré la prueba: … Me daré la gran vida… vino… casas… jardines… esclavos… ganado… oro… cantores… mi propio harén... No le negué a mis ojos ningún deseo, ni a mi corazón privé de placer alguno… Consideré luego todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y vi que todo era absurdo, un correr tras el viento, y que ningún provecho se saca en esta vida” Eclesiastés 2:1-10. Y pudo comprobar que, aunque hizo todo lo que quiso, no encontró ahí la felicidad, más bien su conclusión fue: Todo es vanidad.
¿Encuentra algo parecido a nuestra realidad? Vivimos en una sociedad que busca encontrar bienestar solamente en el cumplimiento de sus deseos: “Cuando termine de pagar esa deuda, seré feliz”, “Si obtengo ese empleo, no necesito más”, “Si compro esa casa, quedaré satisfecho”, pero inmediatamente se cumple ese sueño, viene otro y luego otro, sin lograr llenar nuestros anhelos.
¿Quizás soy vanidoso?
¿Es de los que fue príncipe y ahora es rana? ¿Está siempre recordando el palacio, el ropaje, o la comida que antes tuvo? ¿Deja de ver el sol, la naturaleza que le rodea y los nuevos amigos por evocar el ayer?
¿Se compara con otros? ¿Se queja de lo que le falta y envidia lo que otros poseen? ¿No asiste a ciertos lugares, o deja de relacionarse con ciertas personas, porque usted no tiene lo mismo que ellos? ¿Tiene temor de perder lo que tiene? ¿Trabaja duro por conseguir más? ¿Quiere mantener o mejorar su imagen ante los demás? ¿Le importa mucho el “qué dirán”? Si hay respuestas positivas a estas preguntas, probablemente hay vanidad en su corazón.
En este ir y venir, sintiendo frustración por lo que no tiene o haciendo lo imposible para mantener su posición y sobresalir, descuida y no aprecia lo que tiene al frente: A Dios, al cónyuge, los hijos, la salud, el trabajo, la vivienda, los amigos, la familia. Y es, en este punto, donde el desánimo, la frustración, la frivolidad, la apariencia y hasta la doble moral que produce la vanidad, entorpece la convivencia y agrieta la unidad familiar. Sin darse cuenta, una persona vanidosa, deja pasar las cosas buenas que tiene, esperando lo que tal vez no ha de llegar. No disfruta el presente, viviendo en el pasado y esperando un mejor porvenir.
Afanarse solamente por las adquisiciones y por conseguir la aprobación de los demás, solo le traerá cargas pesadas que dañarán la relación con el cónyuge y no le dejará avanzar hacia lo verdaderamente importante: Cumplir el plan que Dios tiene usted.
El rey Salomón, rico, poderoso y sabio, hizo una prueba: “Vamos, pues, haré la prueba: … Me daré la gran vida… vino… casas… jardines… esclavos… ganado… oro… cantores… mi propio harén... No le negué a mis ojos ningún deseo, ni a mi corazón privé de placer alguno… Consideré luego todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y vi que todo era absurdo, un correr tras el viento, y que ningún provecho se saca en esta vida” Eclesiastés 2:1-10. Y pudo comprobar que, aunque hizo todo lo que quiso, no encontró ahí la felicidad, más bien su conclusión fue: Todo es vanidad.
¿Encuentra algo parecido a nuestra realidad? Vivimos en una sociedad que busca encontrar bienestar solamente en el cumplimiento de sus deseos: “Cuando termine de pagar esa deuda, seré feliz”, “Si obtengo ese empleo, no necesito más”, “Si compro esa casa, quedaré satisfecho”, pero inmediatamente se cumple ese sueño, viene otro y luego otro, sin lograr llenar nuestros anhelos.
¿Quizás soy vanidoso?
¿Es de los que fue príncipe y ahora es rana? ¿Está siempre recordando el palacio, el ropaje, o la comida que antes tuvo? ¿Deja de ver el sol, la naturaleza que le rodea y los nuevos amigos por evocar el ayer?
¿Se compara con otros? ¿Se queja de lo que le falta y envidia lo que otros poseen? ¿No asiste a ciertos lugares, o deja de relacionarse con ciertas personas, porque usted no tiene lo mismo que ellos? ¿Tiene temor de perder lo que tiene? ¿Trabaja duro por conseguir más? ¿Quiere mantener o mejorar su imagen ante los demás? ¿Le importa mucho el “qué dirán”? Si hay respuestas positivas a estas preguntas, probablemente hay vanidad en su corazón.
En este ir y venir, sintiendo frustración por lo que no tiene o haciendo lo imposible para mantener su posición y sobresalir, descuida y no aprecia lo que tiene al frente: A Dios, al cónyuge, los hijos, la salud, el trabajo, la vivienda, los amigos, la familia. Y es, en este punto, donde el desánimo, la frustración, la frivolidad, la apariencia y hasta la doble moral que produce la vanidad, entorpece la convivencia y agrieta la unidad familiar. Sin darse cuenta, una persona vanidosa, deja pasar las cosas buenas que tiene, esperando lo que tal vez no ha de llegar. No disfruta el presente, viviendo en el pasado y esperando un mejor porvenir.
Afanarse solamente por las adquisiciones y por conseguir la aprobación de los demás, solo le traerá cargas pesadas que dañarán la relación con el cónyuge y no le dejará avanzar hacia lo verdaderamente importante: Cumplir el plan que Dios tiene usted.
Haga un ¡alto!
Revise sus prioridades y analice la motivación con que hace cada cosa. Recuerde que su valor no depende de sus posesiones ni de su posición social, usted es valioso porque Jesucristo pagó con su vida un precio muy alto por usted, para hacerlo libre del pecado y de los afanes de la vida.
Dios tiene el control de toda su vida. Confiarle sus proyectos y trabajar de la mano con Él para hacer Su voluntad, le asegura un buen futuro. Salomón, con toda su riqueza y sabiduría, concluyó: “El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre. Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto” Eclesiastés 12:13-14
Reflexión
Confiar en Dios y disfrutar de lo que Él le ha dado, especialmente de su cónyuge, es tener sabiduría para vivir: “¡Anda, come tu pan con alegría! ¡Bebe tu vino con buen ánimo, que Dios ya se ha agradado de tus obras! Que sean siempre blancos tus vestidos, y que no falte nunca el perfume en tus cabellos. Goza de la vida con la mujer amada cada día de la fugaz existencia que Dios te ha dado en este mundo” Eclesiastés 9:7-9
1 comentario:
Toda vanidad es absurda. Si acaso, lo que tenemos que ser es agradecidos.
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