A.W. Pink
(1886-1952)
Existen algunas ordenanzas
exteriores y medios de gracia exteriores claramente implícitos en la Palabra de
Dios, pero en la práctica tenemos pocos, si acaso algunos, preceptos claros y
positivos; más bien nos limitamos a recogerlos del ejemplo de hombres santos y
de diversas circunstancias secundarias. Se logra un fin importante por este
medio; es así que se prueba el estado de nuestro corazón. Sirve para hacer
evidente si los cristianos descuidan un deber claramente implícito por el hecho
de no poder cumplirlo. Así, se descubre más del verdadero estado de nuestra
mente, y se hace manifiesto si tenemos o no un amor ardiente por Dios y por
servirle. Esto se aplica tanto a la adoración pública como a la familiar. No
obstante, no es difícil dar pruebas de la obligación de ser devotos en el
hogar.
Considere primero el ejemplo de
Abraham, el padre de los fieles y el amigo de Dios. Fue por su devoción a Dios
en su hogar que recibió la bendición de: “Porque yo lo he conocido, sé que
mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová,
haciendo justicia y juicio” (Génesis 18:19). El patriarca es elogiado aquí por
instruir a sus hijos y siervos en el más importante de los deberes, “el Camino
del Señor” –la verdad acerca de su gloriosa persona, su derecho indiscutible
sobre nosotros, lo que requiere de nosotros. Note bien las palabras “que
mandará”, es decir que usaría la autoridad que Dios le había dado como padre y
cabeza de su hogar, para hacer cumplir en él los deberes relacionados con la
devoción a Dios. Abraham también oraba a la vez que enseñaba a su familia:
dondequiera que levantaba su tienda, edificaba “allí un altar a Jehová” (Génesis
12:7; 13:4). Ahora bien, mis lectores, preguntémonos: ¿Somos “simiente de
Abraham” (Gálatas 3:29) si no “hacéis las obras de Abraham” (Juan 8:39) y
descuidamos el serio deber del culto familiar? El ejemplo de otros hombres
santos es similar al de Abraham. Considere la devoción que refleja la
determinación de Josué quien declaró a Israel: “Yo y mi casa serviremos a
Jehová” (Josué 24:15). No dejó que la posición exaltada que ocupaba ni las
obligaciones públicas que lo presionaban, lo distrajeran de procurar el
bienestar de su familia.
Por otra parte, podemos observar las
terribles amenazas pronunciadas contra los que descuidan este deber. Nos
preguntamos cuántos de nuestros lectores han reflexionado seriamente sobre
estas palabras impresionantes:“¡Derrama tu enojo sobre las gentes que no te
conocen, y sobre las naciones que no invocan tu Nombre!” (Jeremías 10:25) Qué
tremendamente serio es saber que las familias que no oran son consideradas aquí
iguales a los paganos que no conocen al Señor. ¿Esto nos sorprende? Pues, hay
muchas familias paganas que se juntan para adorar a sus dioses falsos. ¿Y no es
esto causa de vergüenza para los cristianos profesos? Observe también que
Jeremías 10:25 registra imprecaciones terribles sobre ambas clases por igual:
“Derrama tu enojo sobre...” Con cuánta claridad nos hablan estas palabras.
No basta que oremos como individuos
privadamente en nuestra cámara; se requiere que también honremos a Dios. Dos
veces cada día como mínimo, –de mañana y de noche— toda la familia debe
reunirse para arrodillarse ante el Señor —padres e hijos, amo y siervo— para
confesar sus pecados, para agradecer las misericordias de Dios, para buscar su
ayuda y su bendición. No debemos dejar que nada interfiera con este deber:
todos los demás quehaceres domésticos deben supeditarse a él. La cabeza del
hogar es el que debe dirigir el momento devocional, pero si está ausente, o
gravemente enfermo, o es inconverso, entonces la esposa tomará su lugar. Bajo
ningún concepto ha de omitirse el culto familiar. Si queremos disfrutar de las
bendiciones de Dios sobre nuestra familia, entonces reúnanse sus integrantes
diariamente para alabar y orar al Señor. “Honraré a los que me honren” es su
promesa.
Un antiguo escritor bien dijo: “Una
familia sin oración es como una casa sin techo, abierta y expuesta a todas las
tormentas del Cielo.” Todas nuestras comodidades domésticas y las misericordias
temporales que tenemos proceden del amor y la bondad del Señor, y lo mejor que
podemos hacer para corresponderle es reconocer con agradecimiento, juntos, su
bondad para con nosotros como familia. Las excusas para no cumplir este sagrado
deber son inútiles y carecen de valor. ¿De qué nos valdrá decir, cuando
rindamos cuentas ante Dios por la mayordomía de nuestra familia, que no
teníamos tiempo ya que trabajábamos sin parar desde la mañana hasta la noche?
Cuanto más urgentes son nuestros deberes temporales, más grande es nuestra
necesidad de buscar socorro espiritual. Tampoco sirve que el cristiano alegue
que no es competente para realizar semejante tarea: los dones y talentos se
desarrollan con el uso y no con descuidarlos.
El culto familiar debe realizarse
reverente, sincera y sencillamente. Es entonces que los pequeños recibirán sus
primeras impresiones y formarán sus primeros conceptos del Señor Dios. Debe
tenerse sumo cuidado a fin de no darles una idea falsa de la Persona Divina.
Con este fin debe mantenerse un equilibrio entre comunicar su trascendencia y
su inmanencia, su santidad y su misericordia, su poder y su ternura, su
justicia y su gracia. La adoración debe empezar con unas pocas palabras de
oración invocando la presencia y bendición de Dios. Debe seguirle un corto
pasaje de su Palabra, con breves comentarios sobre el mismo. Pueden cantarse
dos o tres estrofas de un salmo y luego concluir con una oración en que se
encomienda a la familia a las manos de Dios. Aunque no podamos orar con
elocuencia, hemos de hacerlo de todo corazón. Las oraciones que prevalecen son
generalmente breves. Cuídese de no cansar a los pequeñitos.
Los beneficios y las bendiciones del
culto familiar son incalculables. Primero, el culto familiar evita muchos
pecados. Maravilla el alma, comunica un sentido de la majestad y autoridad de
Dios, presenta verdades solemnes a la mente, brinda beneficios de Dios sobre el
hogar. La devoción personal en el hogar es un medio muy influyente, bajo Dios,
para comunicar devoción a los pequeños. Los niños son mayormente criaturas que
imitan, a quienes les encanta copiar lo que ven en los demás. “El estableció
testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que
la notificasen a sus hijos, para que lo sepa la generación venidera, los hijos
que nacerán, y los que se levantarán, lo cuenten a sus hijos. A fin de que
pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios, y guarden
sus mandamientos” (Salmos 78:5-7). ¿Cuánto de la terrible condición moral y
espiritual de las masas en la actualidad puede adjudicarse al descuido de este
deber por parte de los padres de familia? ¿Cómo pueden los que descuidan la
adoración a Dios en su familia pretender hallar paz y bienestar en el seno de
su hogar? La oración cotidiana en el hogar es un medio bendito de gracia para
disipar esas pasiones dolorosas a las cuales está sujeta nuestra naturaleza
común. Por último, la oración familiar nos premia con la presencia y la
bendición del Señor. Contamos con una promesa de su presencia que se aplica muy
apropiadamente a este deber: vea Mateo 18:19, 20. Muchos han descubierto en el
culto familiar aquella ayuda y comunión con Dios que anhelaban y que no habían
logrado en la oración privada.
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