No puede haber ninguna revelación de Dios como el Dios de
toda consolación, excepto por medio de Cristo. Él es el Depositario de nuestra
consolación, tanto que es llamado “la consolación de Israel” (Lc. 2:25). Cristo
es nuestro consuelo y el Espíritu Santo es nuestro Consolador.
¿Quién puede escuchar estas palabras de ternura y amor que
brotan de sus labios para los corazones dolientes de sus discípulos en víspera
de ser separados de él y no sentir que Cristo es realmente la consolación de su
pueblo? “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En
la casa de mi Padre muchas moradas hay” (Jn. 14:1-2).