(Autor desconocido)
A Iglesia del Señor Jesucristo fue instituida en este mundo pecador para procurar su conversión. Hace mil ochocientos años recibió el mandato: “Predicad el evangelio a toda criatura.” Debe su tiempo, talentos y recursos a su Señor, para cumplir su propósito. No obstante, “todo el mundo está puesto en maldad.” Pocos, comparativamente hablando, han oído “el nombre de Jesús”; “que hay un Espíritu Santo” o que existe un Dios que gobierna en la tierra.
En esta condición moral que afecta a este mundo, los amigos de Cristo han de considerar seriamente las preguntas:
“¿No tenemos algo más que hacer? ¿No hay algún gran deber que hemos pasado por alto; algún pacto que hemos hecho con nuestro Señor, que no hemos cumplido?” Encontramos la respuesta si observamos a los hijos de padres cristianos, quienes han profesado dedicar todo a Dios pero que, mayormente, han descuidado educar a sus hijos con el propósito expreso de servir a Cristo en la extensión de su reino. Dijo cierta madre cristiana, cuyo corazón está profundamente interesado en este tema: “Me temo que muchos de nosotros pensamos que nuestro deber parental se limita a labores en pro de la salvación de nuestros hijos; que hemos orado por ellos sólo que sean salvos; los hemos instruido sólo para que sean salvos.” Pero si ardiera en nuestro corazón como una flama inextinguible el anhelo ferviente por la gloria de nuestro Redentor y por la salvación de las almas, las oraciones más sinceras desde su nacimiento serían que no sólo ellos mismos sean salvos, sino que fueran instrumentos usados para salvar a otros.